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Oscar Arias, entre la refundación de La Luciérnaga y el trabajo social en los barrios

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Oscar Arias es sinónimo de altruismo. Desde sus inicios en el Consejo del Menor y la Familia (hoy Senaf), luego con La Luciérnaga y actualmente desde la subsecretaría del Ministerio de Vinculación del Gobierno de Córdoba, mantiene su empatía y compromiso con el otro. 

En una entrevista con Mano a Mano, cuenta que pudo involucrarse en el dolor ajeno por sus estudios en psicología, que la revista no se imprime desde diciembre del 2021 y habla sobre su trabajo en territorio a través de los Consejos Barriales.

¿Cómo ingresaste al Consejo del Menor?

En el año 1986 tenía 22 años y mi idea era trabajar ahí hasta que me recibiera y empezar en un consultorio. Pero era tremendo, me encontré con un sistema insoportable, bizarro, injusto, producto no solo del manejo de fondos, sino de cómo tapaban las cosas que tenían que hacer. Empecé en mesa de entrada, recibiendo todos los expedientes, hasta que cambiamos de rol con el cadete. Quería salir de ahí porque no aguantaba, y en eso me entero que existía dentro del Consejo del Menor el programa “Chicos de la calle”, que llevaba adelante Luis Franchi Ferreyra implementando el método Don Bosco: hablaba con la gente en situación de calle y, cuando ellos estaban de acuerdo, lo llevaba voluntariamente a un albergue. Así que pedí el pase, me lo aceptaron y comencé trabajar en este programa, con un modelo mucho más humanista, de territorio y en el que era clave el proceso de construcción de confianza.

En ese mismo periodo, Oscar Arias vivió una coincidencia que lo marcó: mientras atravesaba el proceso de ser padre por primera vez, abordaba la situación en una ranchada con un grupo de niños y adolescentes, entre ellos una embarazada de 14 años.

“El nacimiento de Pía fue algo muy profundo, me cambió la vida y me desintoxicó de algunas cosas. Y en el mismo mes nace la otra nena, generando un contraste y algo interno muy fuerte”, confiesa. 

A su vez, sentía que las cosas no salían en el Consejo del Menor y la Familia, que era un fracaso tras fracaso, porque, según sus palabras, las soluciones eran irrisorias comparadas con el tamaño de los problemas en la calle.

“La cuestión es que si no generas un cambio social, si no logras que salga de una adicción o no logras que tenga un hábito, en el fondo es paliar algo a lo que está condenado socialmente”, enfatiza.

A partir de allí, con un grupo de compañeros renunciaron al programa “Chicos de la calle” y comenzaron a trabajar en la prevención, para que los jóvenes más humildes no lleguen a la situación de calle o cárcel.

“Los adolescentes que trabajaban limpiando vidrios decían que estaban dispuestos a dejar la calle si conseguían otro laburo, porque ellos eran el sostén de la familia”, explica Oscar que, pese a las ganas, volvía a sufrir otro golpe.

¿Todo esto vinculado con el Consejo de Menores?

Sí, creo que el punto de inflexión fue reconocerles a los chicos una demanda laboral, es decir, cumplir una función económica para sus familias. Fue así que hicimos un programa muy similar a lo que se conoce hoy como el Programa Primer Paso con 50 chicos de Villa La Tela, que incluyó capacitaciones. (…) Y el programa era súper exigente, con un montón de requisitos y procesos que llevó a que lo terminaran siete adolescentes. Entonces hicimos un acuerdo con siete imprentas, porque este trabajo demandaba resolver los problemas de lectura que tenía la mayoría. Todo marchaba muy bien, los imprenteros estaban contentos, los chicos ilusionados y cuando se tenía que dar el pago de la beca hubo crisis en el Gobierno, los trabajadores estatales sin cobrar sueldos, renuncia el gobernador Eduardo Angeloz y el programa se cae.

Una decepción total

No sabía qué hacer: si renunciar, si esconderme, si me tenía que ir. Había asumido un compromiso con siete chicos y con las imprentas. Y en eso, uno de los imprenteros, Gonzalo Vaca Narvaja, que tenía una pequeña editorial, me comenta que en España había una revista llamada La Farola que la vendían los linyeras. “¿Y si hacemos una revista y ofrecemos que sean canillitas?”, se le ocurrió, junto con el nombre de La Luciérnaga, en referencia a ese bicho de luz que brilla en medio de la oscuridad. Y los chicos, mucho más pragmáticos después de lo que habían vivido, nunca lo dieron por cierto hasta que no estuviera. Finalmente, el 20 de julio de 1995, un Día del Amigo, los mismos siete pibes del programa salen a la calle a vender la revista en 27 de Abril y Cañada. Vaca Narvaja puso el papel, la tinta y los contenidos de la primera edición, que era todo muy artesanal. Especulamos que después íbamos a recibir donaciones de papel, y le entregamos la revista gratis a los chicos…

¿Cuál fue la respuesta de los canillitas y de los lectores?

Imaginate, en ese momento recibían moneditas de diez centavos por limpiar vidrios y algunos compradores, que se querían sacar de encima los Lecor (cuasimoneda), entregaban 5 pesos de Lecor. Era mucha plata y quedaba todo para ellos. Además era muy gracioso porque los chicos no sabían vender. Por otro lado, para la segunda edición preparamos un lanzamiento más institucional con un acto, con la participación de “La Mona” Jiménez, que justo había estrenando su tema “El Marginal”.  Era como que “La Mona” la autorizaba, le daba su bendición. Y como dignificaba a los chicos en situación de calle, tuvo una gran aceptación de todo el arco.

Pero volvían a recibir un nuevo traspié: pese a que el acuerdo era no publicar contenido religioso ni político, en la tercera edición salió un cuento que romantizaba a un militante del ERP. “Eso nos quita todo el apoyo que habíamos tenido”, lamenta aún.

Esto provocó la ruptura de la relación entre Oscar Arias y Gonzalo Vaca Narvaja, un apellido de peso e histórico en Córdoba relacionado con los Montoneros. “Estoy seguro que fue sin querer, pero se lo tomó mal”, añade.

¿Y cómo salieron adelante?

Fue una crisis tremenda, porque yo no tenía idea de hacer una revista. Me quedaron 50 pibes, que eran como hijos, esperando que se imprimiera otro número. Entonces fue con otra compañera, trabajadora social, que nos pusimos a averiguar y decidimos lanzarnos, cobrando 10 centavos a los chicos para recuperar el precio del papel. Ella fue madre y quedé solo de nuevo: me puse la revista al hombro, sin internet en aquel momento. De entrada, lo primero que decidí fue mostrar el lado luminoso de los pibes, sacarle la estigmatización que había.

La revista comenzó a sumar más adeptos, colaboradores, dibujantes y cientos de anécdotas, que en su mejor momento (que coincidía con la previa del 2001) llegó a contar con 250 canillitas y a vender 12.000 números en un día y 60.000 en un mes. En total, unos 7 millones de ejemplares.

“El programa Sorpresa y Media, de Julian Weich, vino a la sede de la fundación y nos regaló un viaje a Mar del Plata para que los ‘luciérnagos’ conozcan el mar. Eso hizo que se difundiera aún más y tuviera más apoyo”, recuerda Oscar.

Al mismo tiempo, esto permitió abrir 40 sedes de La Luciérnaga en todo el país, de las cuales en la actualidad se mantienen dos: en San Francisco y Río Tercero, de gestión totalmente autónoma.

¿Cómo es la situación de La Luciérnaga en la actualidad?

Pésima, pésima… ¿Por qué? porque la pandemia le pegó en la línea de flotación, en un minuto. No solo a los canillitas, sino a todas las personas. Fue abril, mayo y junio de fase 1. No abrimos el comedor y desde la fundación solo repartíamos bolsones, como una mínima contención. A mediados del 2020, cuando los canillitas pudieron salir a la calle, lanzamos una revista y la gente no quería mantener contacto con nadie. Además, lus licérnagos perdieron la rutina y era todo muy intermitente. Y se sumó el precio del papel en 2022, con un aumento del 150%. Hoy por hoy, es como que el proyecto en sí de la revista hubiera cumplido un ciclo, esa es la realidad.

La última edición impresa fue en junio del 2021, mientras que los canillitas estuvieron en la calle en 2022 vendiendo números viejos de “La Luci”, libros y el fixture del Mundial de Qatar. 

“Esto derivó en una transición, digamos, o refundación, se podría decir”, comenta, sin querer apresurarse porque “está todo en un proceso” a cargo de su hija, Pía, aunque desliza la posibilidad de vocarse a lo digital, como la versión estrenada en diciembre del 2022.

¿Qué hace hoy la ONG?

Además del comedor, el apoyo escolar y las capacitaciones, estamos trabajando con los pibes que están más o menos en condiciones de insertarse en el mercado laboral formal. Por suerte está reapareciendo la bolsa de trabajo, con ofertas en empresas privadas. Es una solución de fondo, por goteo, pero se va cumpliendo, que era el objetivo de La Luci: que los pibes estén integrados en la sociedad. Al mismo tiempo, se da un encuentro, se lo podría llamar club de comedores barriales, para fortalecer esos espacios de acuerdo a sus necesidades.

Oscar Arias asegura que “La Luci” fue un actor importante para cambiar el paradigma de la criminalización de “los pibes” y hoy, desde el Ministerio de Vinculación de la Provincia, intenta replicar ese modelo a otras organizaciones de base.

Entre las primeras acciones, impulsaron cursos de oficios y capacitaciones laborales para jóvenes. En la actualidad, las organizaciones en territorio llevan adelante unos 2.000 talleres, principalmente en Córdoba Capital.

¿Qué son los Consejos Barriales?

Los consejos barriales son, primero, una política pública que se inició bajo el paradigma de la seguridad ciudadana, que fue una de las políticas promovidas por Juan Schiaretti en su segundo gobierno para contener todos los factores de riesgo, que son caldo de cultivo de la inseguridad. Es decir, prevención pura, el trabajo que no hace la Policía. Es también un contacto más cercano con el vecino, que sabe en primera persona los principales problemas del barrio.

Entonces, se empezó a trabajar en mesas de participación que tienen una metodología, donde hay un diagnóstico, agenda abierta y donde se priorizan los factores de riesgo que hacen a la inseguridad, pero también los factores que hacen cuando tienes riesgo humano. A partir de allí, se definen acciones y avanzamos en fortalecer las prioridades: un basural, cursos de oficio, inseguridad, etc. 

¿Y cuál es la respuesta de los vecinos?

Fue como un puente, construir un vínculo entre el gobierno y la comunidad. Hoy tenemos 60 Consejos Barriales solo en la Ciudad de Córdoba y otros en distintos puntos de la provincia, entre ellos los principales conglomerados de la provincia, como San Francisco, Río Cuarto y Villa María.

Oscar Arias concluye que es un error creer que los males son de un sector social y que, tarde o temprano, estos problemas tienen impacto a nivel general. “Todos formamos parte del problema”, advierte.

E invita a involucrarse hasta donde uno pueda. Él, unos 20 años en La Luciérnaga, hoy, a escala provincial. Y cierra: “Hay muchas Luciérnagas hermanadas en la misma mirada y compromiso; eso permite cierta empatía. La Luciérnaga, más que un presente, es un legado”.

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