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Alexis Oliva lanzó “La violencia nació conmigo”, relatos atravesados por el conflicto

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El periodista Alexis Oliva vuelve a elegir el formato del libro para publicar sus crónicas e investigaciones, esas que incomodan y revelan fuertes historias de vida. “La violencia nació conmigo” recopila 20 relatos atravesados por el conflicto y las injusticias sociales, pero siempre con esa búsqueda de transformación social.

En diálogo con Mano a Mano, cuenta que la idea surge de Ediciones Recovecos, con la que ya había lanzado hace unos seis años “Todo lo que el poder odia”, una investigación sobre Viviana Avendaño.

“Me gustaba la idea pero necesitaba que el libro fuera un todo, que tuviera un hilo conductor, una cohesión, que fuera un conjunto con cierta unidad”, confiesa.

Allí fue que primero seleccionó crónicas sobre biografías, relacionadas con historias de vida. Otro común denominador fue el conflicto y, por último, la violencia.

“Esa conflictividad se expresa en cada texto, un poder que de alguna manera funciona como un poder opresor, y los protagonistas y su entorno, por lo general solidario, que resisten de alguna manera”, señala.

¿Por qué el título? ¿Qué significa “la violencia nació conmigo”? 

Ese título surgió de una de las historias más antiguas que cuento en el libro. Eso surge de una crónica que escribí el año pasado, cuando se cumplieron 50 años de la muerte de Sabino Navarro, que fue el número uno de la organización Montoneros después de la muerte de Fernando Abal Medina. Él era correntino, de origen obrero, que no era muy frecuente en ese primer grupo fundador de la organización guerrillera peronista y él era de alguna manera el responsable de la federalización, del crecimiento geográfico de Montoneros. Por eso estaba en Córdoba, de acá se va a Río Cuarto con un grupo de militantes, donde llevan adelante una acción que sale mal. La Policía y el Ejército los termina arrinconando en las sierras de Calamuchita y, en medio de esa escapatoria, hay un diálogo entre compañeros. Un excepcional momento de tranquilidad. Sabino le preguntó a un compañero más joven cómo él había ingresado a la militancia y el otro le dice que era estudiante universitario, empezó a acercarse a los grupos más politizados, por las lecturas que fue teniendo se le fue despertando la conciencia y la necesidad de sumar a la militancia política revolucionaria. Y este joven le pregunta a Sabino y responde: “Lamentablemente a mí no me la tuvieron que enseñar, ni la tuve que leer en ningún lado, yo conocí la explotación desde chico. La violencia nació conmigo”. Él no se refería a la violencia que los acechaba, la violencia represiva, sino la violencia de la injusticia social, contra la cual luchaban ellos. Riqueza escandalosa por un lado, pobreza inevitable por otro. Situación que persiste hasta hoy. Entonces esa frase, dicha en las más antiguas de las historias que reúne el libro, interpreta todas las historias. Los otros relatos, mucho más recientes, muchos con conflicto latente, tienen esa matriz de la violencia contra la inequidad, falta de oportunidad, discriminación, sobre toda la marginación, que podría ser evitada con un Estado más presente desde el campo de lo social y económico, con una sociedad que de alguna manera saliera de la filosofía, o la antifilosofía del individualismo, de ver al otro como enemigo o amenaza. Es eso que de alguna manera nace en todas las historias.

En ese marco, Oliva, que también es docente, recalca que en cada uno de los conflictos desembocan en el Poder Judicial. “Lo que llamamos Justicia, con mayúscula”, enfatiza.

Esa Justicia, que debería arreglar los problemas, resolver conflictos, remediar los males y sancionar a los responsables, no siempre cumple con su rol.

“La Justicia institucional agrava la situación, revictimizando, o estigmatizando a las víctimas o volviendo a demostrar la inequidad a la falta de acceso a la Justicia de los sectores populares o garantizando la impunidad de los victimarios”, insiste. 

Y apunta contra las pecularidades de ese poder, que cuesta investigar por su jerga, miles de expedientes y fuentes que se escudan bajo el secreto de sumario. 

Tu trayectoria está marcada por contar hechos de conflictividad y derechos humanos. ¿Por qué esa sensibilidad con la temática?

Si lo miro desde afuera, o en abstracto, creo que es lo que el periodismo debe hacer. Poner el acento en cuestiones de vulneración de derechos y denunciarlas, sobre todo para que el daño cese. Ahora en mi caso, sin caer en lo autoreferencial, pero sí que tiene que ver con una historia, un origen. Yo por ejemplo soy nacido en Cruz del Eje, que desde que tengo uso de razón y cierta de memoria colectiva, ha sido un lugar sumamente conflictivo, es la ciudad con mayor cantidad de víctimas en terrorismo de Estado en términos proprocionales. Eso sucedió mientras era niño y yo vivía ahí. Y también con la formación, más allá del origen o la familia politizada. Cuestiones comola educación pública, haber ido a la universidad pública, una escuela que puedo decir lo mismo, una facultad que tiene 50 víctimas de terrorismo de Estado, milité en el sindicato de prensa. Por un lado va generando un entorno y una mirada sobre el mundo. Tengo una visión del periodismo en la que creo que el compromiso ideológico, uno tiene que tener una posición ideológica, y que eso no es incompatible con el rigor. Justamente, el compromiso debe expresarse con un periodismo de calidad, que contraste fuentes. Y ese interés ha sido marcado por cuestiones que han venido pasando en Córdoba. Empecé a trabajar hace más de 25 años y los primeros acontecimientos de relevancia que pude cubrir como periodista fueron los cortes de los años ‘90, todos los conflictos de esa década, diciembre del 2001 me encuentra en Córdoba y luego el reinicio de los juicios de lesa humanidad. Y poder cubrir esos juicios, con todo el aprendizaje que eso significó, nos abrió un mundo, de toda una mirada sobre lo que fue el terrorismo de Estado y amplió mucho la visión que uno tenía. Aprendimos que fue una dictadura cívico, militar y empresarial. Y estas historias que fui publicando, reflejan un poco esa impronta.

¿Qué tiene la crónica para denunciar estos hechos que narras?

La crónica me parece que tiene esta doble cuestión: puede conciliar lo humano con lo social. En este caso, son estas historias de vida, nombres propios, y su contexto. Y me parece que la crónica concilia una mirada local, desde el territorio, es decir, no se puede hacer crónica sin ir a los lugares, sin tener contacto directo con la fuente y, al mismo tiempo, una mirada universal, una mirada de determinados conflictos que de alguna manera tienen rasgos comunes con conflictos que se repiten en otros lugares del mundo. La crónica permite encontrar el componente universal en lo local. Y lo otro que me gusta de la crónica es que desde el punto de vista de la producción, concilia dos cuestiones centrales en el periodismo: por un lado la investigación, riqueza de fuentes, que hace un trabajo investigativo sólido. Una vez hecho ese trabajo, es un género que permite un momento creativo, permite ponerle una estética a la escritura. Porque la mayoría de estos trabajos no por casualidad son crónicas.

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