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La vuelta al aula en 180 días

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*Por Fátima Corredera

La Pampa fue una de las primeras provincias que decidió reabrir las escuelas en 2020 mientras el aislamiento social se imponía en el resto del país. Horarios acotados y fuertes medidas de seguridad permitieron una presencialidad a medias.

El 14 de septiembre del año pasado, de manera escalonada y con estrictos protocolos sanitarios, alumnos y profesores de la provincia de La Pampa volvieron a encontrarse en las aulas, pese a la explosión de los contagios por Coronavirus que afectaban por esos días a la mayoría de las provincias. Cuando todavía se discute cómo será el inicio del año próximo, vale la pena repasar aquella experiencia, que implicó una cuidadosa organización espacio temporal en las instituciones públicas y privadas para permitir la vuelta de la educación presencial.

“La escuela en muchos momentos funciona como una entidad de contención”, dice Valeria Reyna, profesora del norte pampeano, convencida de que la vuelta a la presencialidad era necesaria tras seis meses de actividades virtuales. La prioridad la tuvieron los alumnos que por distintas razones no lograron establecer un vínculo educativo desde la virtualidad, pese a la afanosa búsqueda de mecanismos como facebook, gmail, WhatsApp y Classroom, entre las plataformas más utilizadas.

Cada quince días se compartían actividades de las materias en grupos cerrados y para los alumnos que requerían adaptaciones curriculares, se imprimían las actividades y se las llevaban a su casa. “En nuestra localidad apareció una señora que hacía las fotocopias gratis”, recuerda Silvia Carizza, directora del secundario Santa Teresita, de Embajador Martini, una localidad de 1.500 habitantes. “Ese acto solidario nos permitió afrontar la trayectoria de cada uno de nuestros estudiantes”, agrega, destacando la espontánea solidaridad de los vecinos del pueblo.

La mujer de las fotocopias no era otra que Susana Navarro, que decidió darle una mano a los estudiantes aprovechando las máquinas propias. “Mi prioridad es ayudar y me siento feliz haciéndolo”, asegura. Y cuenta que para afrontar los gastos salió a vender churros dos o tres veces por semana junto a su hija. Cuando sus vecinos se enteraron, le llevaron harina y azúcar para que pudiera preparar más churros, y resmas de papel para que hiciera más fotocopias.

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“Estaba en una clase virtual cuando vi que había notificaciones en el grupo de docentes de WhatsApp; consultaban sobre el anuncio de regreso a clases presenciales”, recuerda Carizza. Esa misma tarde, el 19 de agosto, se contactó con su coordinadora de área para confirmar la información, pero no había nada oficial. Recién a la mañana siguiente los directivos se reunieron vía zoom para evaluar el plan de retorno a clases. Debía ser escalonado y dar prioridad a los estudiantes más rezagados. “Los ciento cincuenta alumnos del colegio recibían actividades cada quince días, se las compartíamos por medio de grupos cerrados de Facebook, y si contaban con adaptaciones curriculares, se las llevábamos a domicilio de manera impresa”, recuerda Carizza. Aun así, muchos quedaron “desconectados”.

La vuelta a clases presenciales implicó la puesta en marcha de estrictos protocolos sanitarios. “La escuela se convirtió en uno de los lugares más seguros, porque llevamos adelante todas las medidas de seguridad y salud impuestas por el Ministerio”, explica Valeria Reyna, docente en tres instituciones educativas de La Pampa.

El 28 de agosto se envió el plan a la coordinadora y cuatro días después estaba aprobado. El regreso a clases se concretó el 14 de septiembre con nueve alumnos de sexto año. A la semana siguiente comenzaron los demás cursos -de primero a quinto- con un promedio de entre seis y nueve alumnos por aula.

Al ingresar al establecimiento educativo se exigía tapabocas, higienizar el calzado en una alfombra empapada con sanitizante, colocarse alcohol en gel en las manos y registrar los datos personales en una planilla de trazabilidad ciudadana. Los porteros rociaban a maestros y alumnos con sanitizante en aerosol y desinfectaban sus elementos personales.

(Artículo publicado por gentileza de Revista EL SUR)

*Fátima Corredera es estudiante de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Río Cuarto.

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