Cultura

Martín Rechimuzzi: Todo humor es político

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Aunque no muchos lo sepan, Martín Rechimuzzi es politólogo. Su proyección nacional surgió a partir de sus trabajos como comunicador y actor que desarrolla diariamente en el programa Furia Bebe, que se emite por la frecuencia digital Futuröck, y acompañando a Pedro Rosemblat en su espectáculo teatral. Sus personajes se viralizan en las redes y aparecen como el refugio de miles de argentinos que encuentran en ellos un canal para reír conscientemente en tiempos complejos. El periodista Javier Andrada lo entrevistó para la Revista Ajo días atrás. La recuperamos en Mano a Mano Córdoba.

El último sol de la tarde entra con fuerza en el amplio piso de la diagonal Pueyrredón. El actor deja los pocillos de café sobre la mesa ratona y se sienta. Después, cruza los dedos de las manos sobre el abdomen y bromea con su figura mientras mueve los pies descalzos. No disimula su alegría, en los últimos dos años tuvo muchas satisfacciones: la explosión de sus personajes en la radio (Futurock, junto a Malena Pichot) y la televisión (C5N, en el extinto programa de Roberto Navarro), y la incursión en teatro con El Cadete, la obra en la que acompaña a Pedro Rosemblat.

La respuesta del público siempre es un abrazo, estamos más que felices, es parte de lo que venimos buscando, diciendo e indagando desde hace tiempo”, dice.

Politólogo de profesión pero artista a tiempo completo, Rechimuzzi giró con una compañía de teatro educativo por diferentes provincias antes de su llegada a los medios audiovisuales. Es creador de Randall López, un falso periodista extranjero que busca testimonios críticos al populismo (y con ganas de seguir alimentando sus prejuicios), y de Ministra Patricia, una funcionaria que camina tambaleándose con un arma en la cartera y que se excita ante la posibilidad —siempre inminente— de reprimir.

Todo humor es político, sostiene. Y enseguida echa mano a la teoría de Henri Bergson. El filósofo francés, que fue premio Nobel de literatura en 1927, aseguraba que “fuera de lo propiamente humano, no hay nada cómico. Un paisaje podrá ser bello, sublime, insignificante o feo, pero nunca ridículo. Si reímos a la vista de un animal, será por haber sorprendido en él una actitud o una expresión humana. La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida en común. La risa debe tener una significación social”.

Martín Rechimuzzi conoce ese lenguaje, su comicidad busca horadar los cimientos de la clase dominante.

—¿Se amalgamaron con naturalidad tus dos profesiones?
—Eran dos mundos que aparecían diferenciados y después se encolumnaron. Por un lado tenía el humor y por otro la cuestión política; hace seis años en Radio Splendid, Handel empezó a ser una parodia sobre el compositor musical, fue evolucionando, a la gente le empezó a gustar —después fue Handel Presidente— aceptando lo que iba pasando y viajando con el personaje. Fue pasando sólo, mi función fue más la de escuchar que la de decidir.

—La composición etaria de tu público es heterogénea, ¿a qué se debe?
—Mis videos los ven los pendejos, mis métricas de Instagram de 18 a 25 años y de 25 a 34, pero no necesariamente es esa la gente que tiene el hábito de pagar una entrada, por eso el grueso en el teatro es de gente mayor. No es un espectáculo que esté pensado para un público demasiado espeso, es un show que te taladra con un gag tras otro; buscamos un nivel de efectividad muy fuerte, queremos expandir nuestra voz.

—¿Pensás seguir ampliando la galería de personajes?
—Nos pasa muchas veces de tener que cambiar los guiones porque quedan viejos de un día para otro, por eso en el corto plazo vamos cambiando lo que se dice, de acuerdo a la agenda y en el mediano plazo. En el espectáculo del Liceo estaba Handel, el presidente, y ahora preferimos fortalecer el brazo coactivo, que es lo que ha pasado este año en el país, y entonces la Ministra Patricia tiene que tener otro protagonismo.

—¿Cómo compones los personajes?
—Hay un personaje, Navaja, que es un sindicalista. Dije me quiero meter acá y fue una mixtura entre algunas referencias sindicales que fui tomando. Ése por ahí fue más de escritorio, pero los demás fueron apareciendo. Hay una decisión mía, obviamente, me responsabilizo por todo lo que hago y digo, pero opera más a un nivel medio inconsciente. Voy pensando algunas cosas y después mientras estoy tomando un café cae algo, entonces empiezo a escuchar esa idea y empieza a parecer. Tiene más un tiempo de cristalización adentro que otra cosa.

—¿Cómo es la respuesta del público?
—La obra tiene la particularidad de ser catártica. Una señora nos decía que se sentía como en una sesión de terapia, que se había quedado con gusto a poco porque habíamos cortado justo; o sea, en el momento en que el espectador dice “me quedo a vivir acá”.

—¿Y a qué responde eso?
—Creo que lo que se transmite compulsivamente es que los que defienden al campo popular en todas sus expresiones políticas están locos, están equivocados. Es algo que obedece a un tiempo histórico, ahora lo vemos en Argentina con este gobierno, pero yo también lo sitúo en un momento del capitalismo, una recomposición del capital por parte de los núcleos más concentrados. Entonces lo que pasa en el espectáculo de alguna manera es esto de decir: no estás loco, no estás loca, y no estás sólo porque es más la gente que rechaza al gobierno que la que la que está a favor. Pertenecemos a esta discursiva, la defendemos y somos absolutamente conscientes de los riesgos que eso supone.

—¿Cómo ves que interactúan los medios hegemónicos y el macrismo?
—Creo que se da un maridaje, el más íntimo de la historia, entre medios y gobierno. Se genera una hermenéutica de qué es medio (hegemónico) y qué es gobierno. El macrismo planteó esa manera nueva de comunicar. Esa nueva forma de comunicar no es hacer nuevos posteos en Facebook, u optimizar Instagram como piensan algunos de nuestros dirigentes. Ellos abrieron un hambre de significantes, un hambre de responsabilidad de todas las miserias, todo lo malo que pasa obedece al kirchnerismo, toda la culpa. Entonces se genera ése nuevo vínculo que nunca se dio con tanta voracidad.

—¿Qué características tiene ese nuevo vínculo?
—El macrismo reconfigura la estructura de gobernabilidad. Las actividades del presidente —que son diplomáticas— antes las hacía el vicepresidente. Macri inaugura una parrilla en San Juan, después vuelve y saluda a un gaucho en la ruta. Toda esa actividad le lleva mucho tiempo, sucede todos los días y entonces uno se pregunta ¿en qué momento se sientan a definir el rumbo? Evidentemente, no es la actividad que hace Macri, yo creo que hay otros que se encargan de eso.

—¿Crees que esa idea de que todo se resuelve en las redes, en vez de en la calle, está emparentada con la nueva imagen del kirchnerismo y la denominación Unidad Ciudadana?
—Yo en realidad creo que hay que respetar los tiempos que tiene cada cosa; todo el tiempo estamos pidiéndole e interpelando a Cristina, recayendo en ella. A mí me parece una decisión absolutamente atinada cortar por este lugar y hacer Unidad Ciudadana, Cristina estuvo a la altura y no así los dirigentes y muchos representantes del campo popular que no pueden entender el tiempo histórico. Es un momento, pese a lo angustiante que es esta crisis, de empezar a depurarnos. A mí el peronismo no me interpela de la misma manera que el Kirchnerismo, obviamente leí mucho sobre el peronismo, estudié Ciencias Políticas, conozco la tradición… Ahora, si vos me preguntas el grueso de nuestra sociedad dónde encuentra un nudo del campo popular siendo gobierno, el peronismo queda muy lejos, construyamos desde algo que sucedió, que lo vivimos, que nos hizo entender como es el poder cuando lo enfrentás. Entendamos eso y desde ahí refundemos; lo que no quiere decir que haya que abandonar las banderas peronistas.

—¿Ésa lógica también es la de los gobernadores?
—Con los gobernadores hay tensión, porque son uno de los ejes principales que necesita Macri para garantizar la gobernabilidad. Saben que no la pueden pudrir tanto porque existe una lógica medio feudal. Ellos tienen la función de abogar por la provincia que representan, ahí también hay una complejidad porque tal vez algunos compañeros gobernadores tienen que estar defendiendo puestos de trabajo y entonces tienen que mirar para otro lado, aguantar un poco el aire. No tengo ese beneplácito con algunos dirigentes sindicales que en los últimos dos años no estuvieron a la altura de lo que se necesita.

—¿Cómo crees que va a evolucionar el sindicalismo?
—Ahora hay un vínculo de representación diferenciado, recordemos que Argentina tiene altísima adhesión sindical, el 36 %, mientras que los países del primer mundo no llegan al 7%. ¿Eso qué quiere decir?, ¿que va a ir en aumento? No, yo creo que vamos a cada vez una asociación sindical más débil. Estamos entrando en un cono donde el capital se mueve de otra manera, existe un trastocamiento de ese vínculo, por lo tanto los líderes sindicales deberían salir a disputar lo que históricamente les corresponde que es la defensa de los trabajadores.

—Has dicho que el kirchnerismo se quedó cortó, ¿cuáles son tus críticas?
—Faltó cristalizar en instituciones y dirigentes las conquistas obtenidas, también pensar cuáles son las consecuencias de entregar un país tan desendeudado, eso permite que tengan el crédito internacional con las puertas abiertas y venga un gobierno como el actual y tome deuda compulsiva para entregarla a la timba financiera. Hubo cosas que se intentaron hacer, como la reforma judicial o la cuestión mediática y no se concretaron. También faltó avanzar en las relaciones con los grupos concentrados.

—Hay grupos transnacionales que explotan los recursos naturales y al mismo tiempo dejan a su paso un enorme costo social y sanitario, ¿la Argentina no tiene otra salida que la de los commodities?
—Se intentó hacer algo fortaleciendo la industria nacional. Hay unas mil familias de la zona núcleo que tienen las grandes extensiones de tierra que cuando se intenta tocar sus intereses, como fue la 125, saltan. Es parte de la tradición sojera y rural de la Argentina. Siempre quieren más, son voraces, y siempre quieren ser hegemónicos, no sólo les interesa la actividad comercial.

—¿Hasta dónde es responsabilidad del kirchnerismo y hasta dónde virtud de Cambiemos que hayan llegado al poder con un discurso tan trivial?
—Es un fenómeno multicausal. Ellos entendieron algo importante. Uno se pregunta cómo puede ser que un tipo como Macri… Bueno, a Macri lo adoran. Encontraron a una persona que puede explicar todo medio fácil, habla de fútbol, simplifica a un nivel que da la ilusión de que cualquiera puede ser presidente. Va saludar a otro presidente y le dice: uh, le vamos a hacer tres goles! O va a una empresa y mira maravillado lo que están haciendo… Eso es algo que le pasaría a cualquiera.

—Un tipo que está desayunándose todo el tiempo…
—¡Totalmente! Todo el tiempo. Macri come desayuno todo el día, no le importa nada. Hubo un desgaste natural, fueron 12 años en el gobierno, los intereses que se tocaron también han sido determinantes. En los últimos dos años, después de haber dado la pelea con el campo y con Clarín, se intentó dar la batalla contra la corporación judicial.

—En un momento de la obra de teatro, Pedro Rosemblat (El Cadete) cuenta que en sus inicios en la militancia tuvo un supuesto acercamiento a la izquierda que comienza a desvanecerse cuando le adjudica falta de vocación de poder, por lo que finalmente se hace kirchnerista. En el remate se solaza por haber zafado de vender pan relleno, ¿no temen que los tilden de macartistas?
—Es una decisión, muchas veces nos preguntamos ¿a qué nos lleva todo esto? Metiéndonos en una línea tan fina, tan íntima. Respecto de la cuestión de la izquierda, creo que es muy necesaria. Lamentablemente nuestras izquierdas han quedado lupeadas en una foto de lo que fue la posición de izquierda del siglo XX. Altamira hace poco tuiteó que en la tragedia de Once había habido homicidios y femicidios, suponiendo que un femicidio es cuando una mujer muere. Eso habla de que ellos no están pudiendo cristalizar las nuevas demandas, no puede entender un líder qué es un femicidio.

—De todas maneras, ¿no crees que hay una renovación?
—Sí, Del Caño, Bregman. A Myriam le tengo simpatía, yo siempre estoy en la calle, en las marchas, y la veo. En ese sentido me parece muy respetable, de los más respetables dentro de la izquierda. Ha podido acompañar al kirchnerismo de una manera bastante prudente, tiene sus críticas pero es de las que más escucha. Pero insisto, más allá de sus ocupantes, las categorías que representa la izquierda no dan cuenta que después de la caída del Muro de Berlín el mundo se reconfiguró.

—¿Cómo fue tu infancia?
—Me crie en Caseros, zona oeste, no fui un pibe de barrio porque vengo de una familia de clase media, mis padres trabajaban todo el día y entonces tenía doble escolaridad, estaba mucho tiempo en el colegio… No tengo esa foto del conurbano en la que están todos los pibes jugando en la vereda, no pasaba eso… Y menos en los noventas. Había mucha presencia de mis abuelas, que siempre fomentaron muchísimo mis ganas de disfrazarme y jugar. Desde que tengo uso de razón siempre estaba pelotudeando con algún trapo. Tuve una infancia muy felíz, muy cuidado. A mí no me gustaba jugar a la pelota e intentaban —como con cualquier varón— meterme la pelota a toda costa, a mi viejo le hubiese encantado, y en la escuela el contexto era igual. Entonces mi manera de insertarme fue a través del humor. Ya desde muy pendejo desarrollé un personaje contrafóbico, si no empezaba a hacer chistes yo, me morfaban. Fue mi forma de defenderme.

—¿En tu familia había humor?
—Mis viejos y mis abuelos también tienen un gran sentido del humor, en mi casa estaban todos cagándose de risa, algo de ahí también se cristaliza. Primero empecé burlándome de mí y después dije y ¿qué pasa si tomo la osadía de burlarme de profesores, directores del colegio? Una vez nos encerramos en el aula e hicimos un día de playa. Hacíamos mucho kilombo, pero un kilombo que no estaba tipificado, no era agarrarse a trompadas. Organizábamos un baile de disfraces un día y todos caíamos disfrazados al curso. Era una cosa medio rara porque como yo no tenía malas notas, desconcertaba. Decían ¿qué hace este pibe? Me querían agarrar por algún lado pero en los papeles estaba bien.

—¿De dónde viene tu interés por la política?
—Durante los noventas la política era mala palabra. El triunfo de todos los discursos neoliberales; algo que también me duele ahora, cuando dicen que no hay que meterse tanto con la política. Cuando hablamos de eso es que está ganando la otra militancia, que es la militancia patriarcal, de derecha, el statu quo, que es una militancia silenciosa. Si me acuerdo de tener un interés muy particular sobre el afuera, por el entorno, por el contexto, con muchas preguntas acerca de la situación social. Mi abuela paterna era de tradición radical pero sus banderas eran absolutamente peronistas, siempre estaba bregando por los más desfavorecidos, ella me hacía ver programas políticos. Mis viejos no tenían militancia, son de esa generación donde los que no desaparecieron quedaron con miedo a desaparecer. Eso es algo que está inscripto en nuestra historia. Ahora ellos están politizados. Mi viejo es ingeniero y mi mamá es trabajadora social, trabaja desde hace mucho con violencia de género, en ese sentido siempre estuve muy empapado de la vida de los otros y las otras. Si bien ahora entiendo mucho más, por la militancia de mis compañeras con quienes comparto el día a día en la radio, no me es ajena la lucha, lo iba viendo aunque tal vez no pudiera de darle un corpus teórico; no lo podía explicar pero me era próximo.

—¿Futuröck genera un quiebre con las viejas estructuras de la radio?
—La experiencia de Futuröck es algo que nos abraza, nos contiene, si vos me escuchas al aire yo siempre estoy puteando a la radio, peleándome con (Julia) Mengolini, pero todo eso obedece más a un show que a lo que verdaderamente es la radio. Es maravilloso lo que pasa porque hay un nivel de discusión muy alto, uno tiene mil grupos de whatsapp, pero la discusión del grupo de la radio es política. Muchos de ellos venían de la experiencia de Nacional Rock, cuando se les acaban los contratos las opciones eran se callan o se callan, y entonces ahí aparece la construcción de esta radio tan fuerte, con un discurso tan claro. Plantea una ruptura en ser la primera radio feminista, esgrimiendo esa militancia… Ahí si hay un quiebre absoluto.

* Las fotos fueron tomadas por Andrea Alegre y extraídas de la publicación original

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