Cultura
Una fundación que abraza
Los días pasan entre la esperanza y la incertidumbre propia de la espera. Máquinas, médicos, enfermeros y estetoscopios que sobresalen de sus ambos blancos. Allí dentro las agujas del reloj parecen ralentizarse. Si para un adulto la estadía en un hospital es una experiencia difícil, para un niño es aún más complicado. Algunos esperan junto a su madre o padre, pero lejos del resto de su familia y de sus hogares. También alejados de sus amigos con quién jugar. Sin embargo, la espera deja de ser monótona cuando por la puerta de la habitación entra alguno de los más de 30 voluntarios de la Fundación Mi Pueblo.
Desde hace 12 años recorren, junto al personal médico y los cientos de pacientes, los pasillos del Hospital de Niños de la Santísima Trinidad. La organización tiene por objetivo acompañar, contener y brindar asistencia emocional y material a niños enfermos con cáncer, y a sus familias.
Antes de que el hospital de niños se convierta en su otro hogar, Romina Catanzaro y Sebastían Luque, realizaban campañas para ayudar a copitas de leche o merenderos. Una de las primeras acciones que hicieron juntos fue llevar útiles escolares a un jardín que los necesitaba. Desde ese momento no dejaron de realizar cruzadas solidarias que, en redes sociales, tomaron cada vez mayor visibilidad. Entre los pedidos de colaboración que ingresaban en su Facebook llegó el de la mamá de Alvarito – como Romina lo llama-. Debían quedarse en Córdoba, en el hospital, y venían “con lo puesto” desde La Rioja. No dudaron en llevarles donaciones y fue allí que dieron los primeros pasos hasta convertirse en una fundación.
“La vida nos fue llevando por este camino. Fue de repente que nos encontramos dentro de habitaciones de hospital con niños que luchaban por su vida. Y vimos que ahí no era solo llevar algo de alimento o un medicamento, sino que había una necesidad de acompañamiento emocional, empático y de estar con ellos. Era totalmente diferente a lo que veníamos haciendo”, cuenta, Romina, sobre los inicios de la organización.
El Hospital de la Santísima Trinidad es uno de los centros de salud público más completos, por lo que, radicado en el barrio Crisol de Córdoba, trabaja a nivel regional y recibe pacientes de otras provincias. Si bien “Mi Pueblo” tiene por objetivo primero acompañar a los niños en tratamientos oncohematológicos, notaron que el pilar fundamental de cada uno de ellos era su familia, y por lo tanto ellos también debían estar fuertes para acompañarlos.
A cada necesidad buscan darle respuesta. Cuando las mamás dormían en sillas, consiguieron reposeras para que puedan estar más cómodas. Durante el tratamiento los pequeños/as necesitan transfusiones de sangre, por ello iniciaron la campaña de donación “Gotitas de Amor”.
Otra de sus iniciativas son los Capitanes Solidarios, ellos se encargan de armar redes y equipos para juntar alimentos, elementos de higiene, útiles escolares y agua mineral.
En la búsqueda de poder brindar un espacio donde la familia tuviera un lugar donde descansar o bañarse, inauguraron “Casa Mi Sueño”. Allí cobijan hasta tres familias que, al ser oriundos de diferentes partes deCórdoba o de otras provincias, carecen de un lugar donde quedarse.
Huellas solidarias
Su receta tiene como condimentos la empatía, el amor y la alegría, indispensables para ponerle color al paso de cada “pequeño gigante” por el sanatorio. Los encargados de sacar sonrisas y prestar su tiempo para compartir con los niños y niñas son los voluntarios. Actualmente, son alrededor de 35 los voluntarios que cada día realizan visitas en el hospital. Llevan juegos, materiales didácticos y, sobre todo, ganas de compartir un momento.
“Al principio iba yo u otras chicas a jugar con los peques, pero necesitábamos de un equipo que nos apoye para que también pueda ocuparme de otras tareas de la organización. Por eso incorporamos a los voluntarios para poder contener y brindar la parte emocional, esa que creemos que es fundamental e influye mucho en el tratamiento”, sostuvo Catanzaro.
Los tratamientos, según el tipo de cáncer, pueden durar de cinco meses a dos años. Cuando finalizan las quimios los pacientes entran en proceso de remisión, es decir realizan controles mensuales hasta lograr el alta definitiva. Durante esos meses la fundación acompaña al niño y su familia y muchas veces, como una consecuencia colateral, crean vínculos con ellos.
Romina se acuerda del nombre de cada niño y niña. Asegura que ellos dejaron huella en ella. Los recuerda con cariño y su voz se llena de ternura al contar una anécdota con ellos. “Alvarito está gigante, más alto que yo. ¡Parece que terminan el tratamiento y crecen por metro!”, dice mientras sonríe con el recuerdo del primer bebé al que ayudaron con algunas donaciones.
Cada pequeño marcó a Romina, pero también fue a la inversa. Por más corto paso por sus vidas, aún les envían la invitación a cumpleaños, mensajes y fotos de como han crecido. “Es imposible no formar vínculos. Aunque quieras involucrarte siempre un niño va a llegarte al alma. Es muy fuerte sentir que dejas una huella, que se acuerdan de vos. Las relaciones continúan fuera del hospital, incluso cuando el niño está en remisión o, lamentablemente, falleció”, expresó.
-¿Qué implica ser solidario?
RC: Ser solidario es muy lindo, es estar, acompañar y colaborar. Para mí de la mano de la solidaridad tiene que ir la empatía. Todos podemos ser solidarios, pero también tenemos que ponernos en el lugar del otro. Por ejemplo, a veces vos le querés gestionar a alguien 5 colchones y lo único que esa persona necesita es un abrazo.
Para Romina hace falta “mirar para el costado”. En una época donde el tiempo parece oro, esto implica mirar a quienes están alrededor, involucrarse y brindar un poco de ese valioso tiempo a escuchar o acompañar a quien lo necesite.
Para ser voluntario de la Fundación Mi Pueblo no hay requisitos, solo es necesario las ganas de sacarle una sonrisa a los niños. Una vez por semana, de lunes a viernes, realizan las visitas al hospital. Además de juegos y actividades didácticas, los voluntarios se encargan de festejar los cumpleaños, entregar donaciones y cumplir algunos sueños. Con pelucas, máscaras, disfraces y globos son quienes alegran el día de las infancias, las navidades, los cumpleaños y el festejo de la última quimioterapia.
Mi pueblo
El nombre original era más extenso. Buscaba abarcar la idea de una fundación que pudiera atender a diversas causas, más allá de enfocarse a una sola. La palabra “pueblo” tiene múltiples significados, pero recoge la esencia de la organización.
“El nombre lo pensó Sebastián y se llama así porque abarca a todos. Porque no solo está dirigido a niños que tienen cáncer sino también a otras causas. Siempre que aparece algún pedido seguimos ayudando a comedores. Y además porque buscamos ayudar a todos”, comenta Romina, sobre el nombre que identifica a la fundación.
El objetivo que guía su camino es el de crecer para ayudar a cada vez más personas. Además, buscan contagiar sus valores para que el pueblo, ese conjunto de personas que habitan un país, sea también una comunidad: un pueblo hermanado, con cosas en común, que lleve en alto la bandera de la solidaridad y la empatía.
– ¿Qué significa, en lo personal, “Mi Pueblo”?
RC: Hoy es una necesidad, poder ayudar y estar en el hospital. Es algo que se volvió una parte mía. Jamás en la vida se me había cruzado por la cabeza tener una fundación que ayude a niños durante su tratamiento del cáncer. Pero si volviera a nacer, volvería a estar en la misma causa y con la misma gente. No cambiaría nada.
Mi Pueblo se extiende más allá de los límites del Hospital de Niños, de Córdoba Capital y de los límites provinciales. En la fundación, el amor y los abrazos no se negocian.
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